DivaRabiosa

martes, 29 de mayo de 2012

La Caballada de Atienza



Amanecía el Domingo de Pentecostés del año 1162 en la villa castellana de Atienza (Guadalajara) cuando una cofradía de arrieros ponía rumbo a Ávila. Un viaje a caballo que duraría siete jornadas y cuyo único fin era el de poner a salvo a un niño de corta edad.

Ese niño de apenas tres años era el rey Alfonso VIII quien, perseguido por las tropas de su tío Fernando II León, salvó su vida gracias a la intervención de los hermanos de la Cofradía de la Santísima Trinidad.

Cualquier novela de caballerías podría empezar con tamaña hazaña pero la realidad siempre supera a la ficción y estos hechos no sólo son reales sino que, en parte, determinaron el futuro devenir de la historia de España. Y es que aquel niño que pusieron a salvo, el rey Alfonso VIII, años después saldría victorioso de una de las batallas más importantes de nuestra historia, la que tuvo lugar en Las Navas de Tolosa en el año 1212 frente al imperio almohade.  

Aquel acto de valentía le valió a la Cofradía de la Santísima Trinidad concesiones por parte de Alfonso VIII y de los siguientes monarcas castellanos y así lo atestiguan, por un lado, pergaminos y documentos que datan de los siglos XIII al XVI y que están firmados, entre otros, por Enrique I, hijo de Alfonso VIII; y por otro, la flor de lis presente en su bandera, insignia vinculada a la realeza desde la Edad Media. 

 
Y así, desde hace 850 años, el Domingo de Pentecostés se conmemora aquel hecho en la fiesta de La Caballada en la que los hermanos de la cofradía – vestidos con chaquetilla, capa y sombrero – cabalgan hasta la ermita de la Virgen de la Estrella, muy próxima a la villa.

Puede que la coincidencia de esta fiesta con la romería de la archiconocida Virgen del Rocío – de la que se tiene constancia a partir del siglo XV – haya hecho que La Caballada no sea tan famosa a pesar de su antigüedad y simbolismo.

Sin duda, merece la pena asistir a una de las tradiciones españolas más antiguas de las que se tiene constancia no sólo por lo que representa, sino por el placer de transportarnos a otra época y de vivir la historia, sólo con el resonar de los cascos de los caballos sobre las empedradas calles de una de las villas más hermosas de la geografía española, digna de ser el escenario de un cuento.



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